En el renovado Science Museum de Londres se ha abierto una exposición que lleva por título 3D Printing the Future. La tesis inspiradora es que, en un futuro no lejano, la mayoría de los productos que se vendan habrán sido fabricados a partir de un modelo producido por una impresora 3D a partir de un plano descargado de Internet. Una frase ingeniosa resume la idea matriz: «el futuro no será transmitido por televisión; será impreso». ¿Exageración? ¿Utopía? Como todo lo que lleva el apellido 3D, esta tecnología es propensa a la hipérbole. Aunque esta vez no parece probable que con la impresión 3D vaya a pasar lo que con la televisión 3D, un fracaso comercial.
Para empezar, es discutible que impresión sea la palabra adecuada, porque no se deposita tinta sobre un soporte plano sino que se trata de crear objetos mediante la aplicación de la temperatura necesaria para derretir un material que, capa sobre capa, va adquiriendo la forma deseada. El nombre patentado, fused deposition manufacturing (FDM), nunca será popular, ni tampoco su versión profana, fabricación aditiva. Impresión 3D se ha impuesto y así se quedará.
Usan esta técnica a diario los equipos de I+D, o incluso los departamentos de marketing, para «imprimir» sus bocetos, desarrollar ideas y proyectos, y convertirlos en maquetas y prototipos. Se pueden hacer modelizaciones y adaptaciones con una rapidez y economía desconocidas hasta la fecha, y acercarse al resultado sin incurrir en costosas inversiones. Y luego, alterarlos y mejorarlos hasta llegar al producto final. La muestra londinense presenta numerosos paneles explicativos, uno de los cuales recuerda que «la impresión 3D ha estado entre nosotros durante 25 años, pero sólo se ha empezado a hablar de ella cuando aparecieron los primeros equipos para consumidores». La frase es pertinente, porque da pie a identificar tres áreas de mercado diferenciadas: medicina, industria y consumo.
La primera ya tiene aplicaciones prácticas notorias. Millones de personas llevan en el cuerpo elementos «impresos», en su mayor parte prótesis e implantes artificiales. Se habla mucho de la posibilidad de dar el paso siguiente, con órganos y tejidos, pero aunque ya hay ejemplos de extremidades construídas parcialmente con esta técnica, los especialistas reconocen que pasará al menos una década antes de que se generalice su uso. Por razones industriales (la porosidad de los materiales y un acabado todavía imperfecto) pero, sobre todo, por la ausencia de una legislación específica. Basta pensar en el objeto médico más corriente, las jeringas, para imaginar que podrían producirse fácilmente por impresión, y de inmediato comprender los riesgos que tal procedimiento acarrearía. Además, ¿sería realmente más barato el coste por unidad?
Sin contar la arquitectura y la construcción de maquetas, el destino aparentemente más despejado de la impresión 3D sería la industria, por razones que se han apuntado más arriba, pero deliran quienes predican que la manufactura convencional tiene los días contados. En todo caso, servirá para componentes de alto valor y bajo volumen; la relación inversa desafía la lógica económica. Una gran limitación es la falta de complejidad: los objetos así creados son de una sola pieza, lo que significa que para obtener un producto final de verdadera utilidad hará falta un proceso de ensamblado – manual o automático – y una cadena de suministro.
Algunos profetas han propagado la noción de una maker revolution en marcha. Como poco, es una expresión de deseos, como mucho una utopía propagandística. Aunque sólo fuera por economía de escala, no es factible que cada uno acabe imprimiento/fabricando objetos personalizados. Sin contar con el hecho de que los materiales usados son plásticos y derivados, a los que puede aplicarse calor sin mayores riesgos, pero objetables por la condición contaminante de los residuos del proceso. Las cuestiones relativas a la propiedad intelectual son otro motivo de preocupación, por el obvio riesgo de falsificación.
No se hablaría tanto de la impresión 3D si no fuera por su vertiente de consumo. La empresa MakerBot ha tenido gran éxito porque consiguió recortar los costes para vender sus impresoras a menos de 2.000 dólares. Esto las ha puesto al alcance de empresas y laboratorios que no podrían pagar los modelos más caros, como los de 3D Systems, que en los 80 inventó la técnica de base, llamada estereolitografía, y Stratasys, que actualmente lidera el mercado. Hay una confluencia entre ambos mercados, como lo prueba el hecho de que Stratasys adquirió MakerBot este año.
Ninguna de las marcas de impresión comercial o de consumo ha saltado a este mercado, pese a que en principio les apeteciera. HP lo intentó, pero al poco tiempo se arrepintió porque, según sus portavoces, «el modelo de negocio no encajaba con las expectativas previas». Para este fabricante, el valor añadido está en otras categorías.
Subsiste un problema relacionado directamente con las aplicaciones de consumo. Un poco como ocurrió con los primeros PC, el manejo de una impresora 3D no es, todavía, lo suficientemente intuitivo. Para que la máquina sea capaz de generar el producto buscado, hay que darle un original cuya forma debe imitar, lo que significa que realmente se trata de un proyecto de modelización. No todo el mundo tiene a su alcance una licencia tipo CAD (cuyo interfaz de usuario tampoco es sencillo) para reconocer planos y bocetos. Esta es una de las razones que frenan su entrada en el mercado de la educación, en principio con gran potencial. Para paliar esta circunstancia, empiezan a aparecer los servicios de impresión 3D bajo demanda.
La experiencia de MakerBot demuestra que los precios seguirán bajando y los volúmenes van a aumentar, al mismo tiempo que las impresoras ganarán en funcionalidad y calidad. No abundan los estudios de mercado sobre esta tecnología. Gartner estima que los despachos de impresoras 3D de menos de 100.000 dólares van a crecer este año un 49%, hasta un total de 56.000 unidades, y en 2014 más todavía: 75% que llevaría la cifra al borde de las 100.000 unidades. «Este mercado ha llegado a un punto de inflexión – dice el estudio – en el que el entusiasmo supera la realidad técnica». En 2013, el gasto de los usuarios finales en impresoras 3D se calcula en 412 millones de dólares, un 80% en el ámbito profesional, pero la proporción empieza a cambiar: en 2014, el área de consumo representará el 38% de 669 millones de dólares. Otra consultora, ABI Research, suma el valor de los materiales y servicios para redondear un mercado de 782 millones de dólares en 2013.